Quizás te haya arrasado
un tornado. O que un huracán haya visitado tu casa y su ojo se haya
instalado placenteramente en el jardín, al lado de la piscina.
Quizás haya sido una tormenta la que has visto y te ha alucinado.
Puede que a tu familia
le haya sucedido algún suceso tormentoso, es decir, relacionado con
las tormentas. Ya sabes, tormentas eléctricas, esas molestas
tormentas que hacen ruido y luces azuladas y blancas,
resplandecientes y luminosas, capaces de alterar al más mínimo
humano, que se remueva y que tenga miedo.
Pues bien, una tormenta
así la hemos sufridos muchos, diría también que todos los que
estamos sobre la superficie terrestre. Nuestra sólida corteza
terrestre se ve alterada, mojada y perturbada, en muchas ocasiones,
por este tipo de tormentas. No es nada personal, pero no entiendo
cómo la gente tiene miedo a estas tormentillas.
Me apasionan las
tormentas, me gustan, no tengo remedio, y esa curiosidad despertó mi
interés científico. El interés por saber algo más de ellas y de
compartir esos conocimientos con vosotros. Pero, ¿por qué limitarme
a las tormentas terrícolas? ¿Por qué no ir más allá y descubrir
lo tormentoso del clima de nuestro vecinos más cercanos?
Las tormentas terrestres
son poco más o menos que abuelitas dando un cómodo paseo que les
permita controlar la hipertensión o el azúcar. En nuestro
vecindario, el sistema solar, se producen fenómenos atmosféricos
que podrían considerarse auténticos pandilleros, gente chunga que
puede meterte en un buen lio. Lo que ocurre fuera de nuestra
atmósfera son tormentas de verdad, nada de miseria.Tormentas con
vientos de más de 1000 km/h, de una extensión superior a la de la
propia Tierra.
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