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martes, 30 de abril de 2013

Crónicas de la Sed

Año 2137

El hombre hace tiempo que perdió la condición de humano, o al menos todo aquello que en su tiempo fue denominado como humanidad. El homo sapiens, presumiendo aun de inteligencia, deambula por paisajes desiertos e inhospitos mientras busca refugio en pequeñas islas vegetales, fuertemente militarizadas, que exhiben su poderio hídrico en forma de densas nieblas con cada amanecer y cuantiosas precipitaciones en forma de lluvia a la hora del té. Estos acuíferos oásis serán el equivalente futuro de las presentes potencias petroleras. Recuerdos de un frondoso pasado.

La piel reseca por la acción del viento y el implacable sol que le golpea desde la más tierna infancia, desde el mismo nacimiento. Viento sediento de agua y alimentado por polvo que barre las calles de las antiguas ciudades convertidas en esqueletos de hormigón y vidrio donde malviven los hambientos despojos cárnicos, escualidos cuerpos, de quienes no pueden beber más de un litro de agua al día. Los nuevos pobres de hoy son los viejos ricos de ayer.

El momento de dar a luz es el instante de mayor crueldad. En ese preciso instante, la naturaleza hecha hembra, arranca al recien nacido del liquido que le rodea, que le recuerda a su instinto, algo que hace tiempo que el mundo olvidó, su origen acusoso. Será la última vez que el individuo que está por venir a este mundo disfrute de un entorno tan humedo y sano, que pueda bañarse en un solución acuosa y dejar que la piel se le arrugue por el exceso de tiempo pasado a remojo. Se acabaron esos 9 meses, en el caso de los humanos, de humedad. Con el nacimiento se abrirá ante sus ojos la ruina de este mundo futuro, realidad que se transformará en un aliento seco que hinundará sus pulmones acartonándolos. Y con ese primer aliento, ahogado por el primer llanto, también se producira otra primera vez, el primer golpe de tos. Tos seca, como lo es el aire, con la que habrá de concluir hasta el fin de los días, hasta que por fin venza la deshidratada naturaleza del siglo XXII y nos transforme en polvo, o cenizas.

Hubo un tiempo en el que no se le dió importancia, no se valoró lo suficiente, el hecho científico de que el agua era el origen de la vida. Hasta la misma expresión, "el agua es el origen de la vida", fue repetida como un mantra por todos los humanos que habitaban la Tierra, aunque muy pocos sabían su verdadero significado. Hoy, los pobres, beben su propio sudor, su única fuente de hídrica, buscan en el mercado negro el líquido que ya no sale de los grifos. La venta de placentas como fuente de hidratación se ha convertido en un lucrativo negocio controlado por las grandes corporaciones y la mafia, son el mismo perro con distinto collar, con placentas de recien paridas.

La tierra, herida por la mano del hombre y por su inagotable sed de recursos, muestra las cicatrices de lo que antes fueron rios y lagos, lagunas y manantiales, ahora secos o convertidos en fuentes de muerte. Aguas teñidas del rojo carmesí de quienes lucharon por ella. Aguas arcoiris por las películas de aceite cuya interferencia luminosa revela en ellas el veneno que atesoran. Aguas  hediondas, pestilentes, con olor a muerte y sabor a derrota. ¿Qué quienes son los derrotados? Sus descendientes son los derrotados. Los suyos y los de cada hombre y mujer que anduvo por el planeta Tierra en el funesto siglo XXI.


No fueron pocas las voces que alertaron a los antiguos del futuro que nos deparaba el exceso de consumo y la mala gestión de los escasos recursos hídricos del planeta. Incluso se estableció el día mundial del agua, el 22 de marzo de cada año, vano intento gubernamental por llamar a la atención a la población del problema que se avecinaba. Tampoco se asustaron por las crudeza de las cifras que anunciaban a gritos la magnitud del problema:
* 1,100 millones de personas carecen de acceso al agua.
* 2,600 millones de personas no disponen de servicios de saneamiento.
* Millones de personas, normalmente mujeres, dedican hasta cuatro horas al día a buscar agua.

¿A qué se debió todo esto? La razón última es única, la ruptura del eterno ciclo del agua, pero las causas que lo produjeron fueron multiples. El desecado de inmesas masas acuáticas en pos del mal entendido progreso, la deforestación masiva de las masas arbóreas ecuatoriales y boreales, el malgasto y contaminación del agua dulce (sólo el 3% de las aguas de la Tierra eran aptas para el consumo humano), el exceso de consumo energético y el posterior calentamiento global afectó a los ciclos naturales de las corrientes oceánicos, y con ellos a la cantidad y forma de las precipitacones en forma de lluvia a escala global, la sobreexplotación de los acuíferos subterráneos de los que llegó a extraerse más de 15 veces la cantidad de agua que era devuelta al acuifero en forma de aguas de retorno (lluvia, riegos...).
No era la primera vez que ocurría, ni la primera vez que se sufría las consecuencias de su ausencia. Ya entre el 800 y el 1000 d.c., los mayas, debido a ligero calentamiento global de una décima de grado, tuvieron que olvidarse su forma de vida y abandonar sus ciudades porque sus dioses les habían dado la espalda. Dejaron de regar sus campos con su oro azul, viviendo en sus propias carnes el poder destructor de la ausencia de ese precioso maná. Una escasez tan grande que incluso murieron de sed las impenetrables selvas tropicales. La civilización maya, en pleno esplendor, quedó practicamente destruida y sus habitantes tuvieron que migrar de las prosperas ciudades a las zonas rurales. La sobreexplotación de los acuíferos de Oriente Medio por parte de sus moradores, antiguamente nómadas, fueron los resonsables de que el desierto se tragara la ciudad de Ubar convirtiéndola en la Atlántida de las arenas.

La llegada de los 80's del siglo XX trajo consigo la mercantilización del agua, por un lado, y por otro los vanos intentos de algunos, pocos, políticos de poner cota a los intentos especulativos de las empresas privadas de acaparar la gestión del lado. Los máximos exponentes de esta nueva corriente mercantil, a nivel político, fueron Margaret Thatcher y Ronald Reagan bajo cuya ferrea batuta dirigían los devenires financieros del mundo dando a conocer nuevos solistas, muy aplaudidos por el neoliberalismo, entre los que cabe destacar el concepto del agua como bien económico. Así a partir de entonces, como condición previa, el Banco Mundial exige la privatización del agua a los paises en vías de desarrollo a los que presta su ayuda, inyectando en sus respectivos sistemas circulatorios monetarios la salvación a costa de hipotecar su futuro. Paradójicamente, esta práctica llevada a cabo por el Banco Mundial obliga a algunos de los paises africanos más secos del mundo, hidricamente deficitarios, a exportar su agua y cumplir religiosamente con sus acreedores. Este espertuoso sistema alcanzó su cenit durante la que se puede considerar la primera guerra del agua moderna. Esta guerra se libró en Cochabamba (Bolivia), entre los meses de enero y abril del año 2000, y el detonante fue la privatización del sistema de abastecimiento municipal de agua. La privatización del agua (incluso del agua de lluvia, cuya recogida por parte de un paricular requería de la correspondiente licencia administrativa), en favor de la empresa muntinacional Betchtel, promovida por el Banco Mundial y el nuevo presidente electo, antiguo dictador, Hugo Banzer, trajo consigo un encarecimiento desproporcionado del agua, a lo que siguieron una serie de protestas de la población local, que reclamaban el acceso justo y barato a su propia agua, y la desmedida respuesta del ejercito boliviano cuya acción dejó un muerto y 170 heridos.
La creación del concepto del agua como bien económico y el interes despertado en la multinacionales por el control de su gestión, obligó a cambiar la fotografía geopolítica refeljando aquella nueva realidad. Brasil, Cánada y Rusia eran entonces las nuevas superpotencias, sustituyendo así a Estados Unidos y China, y el agua hacía las veces de petroleo. La zona que descansaba sobre el acuífero guaraní, compartido por Brasil, Argentina y Paraguay, se convirtió en el nuevo Oriente Medio donde las antiguas superpotencias mundiales, con Estados Unidos a la cabeza, jugaban una nueva partida de ajedrez bélico asentando bases militares que le posibiliten asegurarse mediante el fantasma armado su trozo del pastel agua, la misma táctica que ya le había servido para controlar el agua canadiense de la cuenca del rio Yukón. Donde antes se luchaba por petróleo ahora se mataba por unas gotas de agua pura. Se pasó del oro negro al oro azul sin preocuparse por el color de las víctimas que las nuevas guerras dejaban a su paso.

"Si existe voluntad para la paz, el agua no será un impedimento. Si se desean razones para luchar, el agua ofrecerá amplias oportunidades", palabras pronunciadas por Uri Shamir, uno de los encargados de negociar el proceso de paz entre palestinos e israelís en Oriente Medio, parecieron pronosticar lo ocurrido en aquella región, donde el agua era para muchos un regalo del cielo, para otros, con el Banco Mundial a la cabeza, una cuestión económica cuyo precio estaba aun por fijar, pero para todos un recurso estratégico cuya gestión debía ser cuidadosamente estudiada e incluida dentro de cualquier acuerdo de paz que pudiese acabar con el conflicto en la zona. Algo se podía haber aprendido porque entre el año 1950 y el 2010 la conflictividad en la zona aduciendo razones relacionadas con el agua había llevado a combates en 37 ocasiones, y en 27 de ellas se enfrentaron Isarel y Siria a proposito del control de las aguas de los rios Jordán y Yarkum. Algo parecido ocurria en India o China (donde incluso el ideograma chino para el agua también era el de control)  con las aguas del Indo y el Yang-Tse, aunque en este caso la comunidad internacional prefería vender estas guerras por el agua, pero que tuvieron lugar en las llamadas regiones en desarrollo, maquillándolas de conflicto religioso y tiñéndolas con la semántica de las guerras tribales.

Ahora, en el 2137, necios hipócritas, el pasado nos ha alcanzado y nos hace pagar el precio de nuestros errores. El cielo azul es solo un recuerdo, una ilusión perdida que alimenta el imaginario colectivo. Este cielo, polvo en suspensión, es la herencia que nos dejaron nuestros antepasados. Conscientes de las consecuencias de nuestros errores nos queda nada más que preguntas sin respuestas. ¿Cómo no escuchamos las señasles de alerta? ¿Qué problema era más importante que el del agua? ¿Cómo podríamos haberlo evitarlo? ¿Qué podrías haber hecho tú?

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