Resulta curioso la relación que los gobiernos en los
que ha participado Mariano Rajoy tienen con las mareas, será por su
ascendencia gallega. Cuando aun no era más que un ministro se las tuvo
que ver con la marea negra del Prestige y sus famosos "hilos de
plastilina". Aquello supuso también para el gobierno del PP, comandado
por D. José María Aznar, la primera marea social contra Mariano Rajoy y
la gestión de un accidente que había manchado con el famosos chapapote
gran parte del litoral de la Costa da Morte.
Pero de eso hace ya muchos años, y los restos de aquella marea
se fueron diluyendo en la vasta inmesidad del padre océano y en la mala
memoria de Cronos, el llamado Dios del tiempo, que parece estar
aquejado de alzheimer. Sin embargo, desde hace algo más de un año,
Mariano Rajoy, capitan de la nave España, y su tripulación, han
conseguido marear a gran parte de la sociedad española a fuerza de
seguir el rumbo económico dictado por alemania, comandante en jefe de la
flota europea. Añadido todo ello al oleaje de indignación sufrido por
la población española al ver que el buque zozobraba. Las políticas del
gobierno del PP han fabricado sus propios Prestiges aunque esta vez de
diferentes colores, que el negro, aunque viste mucho, también está
asociado a luto, a la muerte, y ya saben lo que dice el refrán "a mal
tiempo buena cara".
El arcoiris que componen estas manifestaciones recorre toda la
gama cromática. Así tenemos mareas verdes, para defender la educación
pública, amarillas, en defensa del sistema público de bibliotecas,
blancas, que tratan de mantener viva la sanidad pública, azules, que
lucha por una gestión pública del agua, naranjas, contra la
desmantelación de los servicios sociales públicos, rojas, que reclama
soluciones efectivas al problema del desempleo pero defendiendo los
servicios públicos de empleo y violetas, que combate contra los recortes
en políticas públicas de igualdad.
Manifestaciones se han producido casi en cualquier punto de la
geografía española pero ha sido en Madrid donde éstas han sido más
multitudinarias, algo lógico si tenemos en cuenta que es la ciudad más
poblada del país y que es allí donde se encuentran las máximas
autoridades del estado y los que dicen son los espacios de
representación del pueblo. Sin embargo, desde Madrid, con la delegada
del gobierno Cifuentes a la cabeza, se ha montado un dispositivo de
desprestigio hacia la legítima manifestación ciudadana, tachando a quien
lo hacia de intentar destruir la estructura del estado. Eliminando a
quien se hacía eco de las opiniones de personas que no estaban de
acuerdo con el ideario del partido popular. Victimas de esta caza de
brujas fue la radiotelevisión pública española, que había alcanzado las
cuotas más altas de audiencia de su historia moderna y que gozaba de
prestigio internacional gracias a su pluralidad. Con la crisis de deuda
de verano de 2012 se acabó con las voces más beligerantes con la acción
del gobierno, unas voces que atacaban al gobierno desde la retaguardia,
RTVE. La guerra dejó importantes cadáveres periodísticos como Juan Ramón
Lucas, Ana Pastor o Javier Gallego, tachados de sensacionalistas y
populistas.
Lejos de amilanar a los manifestantes con la presencia de
las fuerzas de seguridad del estado en cada acto público, las mareas,
el movimiento 15M, la Plataforma Antideshaucios o el Democracia Real Ya,
coordinados a través de las redes sociales, parecen haber crecido y
enraizado profundamente en el imaginario popular, que los ve, en muchos
casos, como el único recurso que le queda para conservar algo de lo que
se en su día se consideró el estado del bienestar. El derecho a
manifestarse libremente es eso, un derecho, y como tal debemos
ejercerlo, pero sin olvidarnos de nuestros deberes como ciudadanos.
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