Era septiembre de 2011, la prensa amarilla de la
física de partículas consiguió, por fin, un titular digno de los
tabloides. Einstein se equivocaba y existían partículas, concretamente
los neutrinos, que podían viajar más rápico que la luz. Los resultados
del detector OPERA, situado en Gran Sasso (Italia), no dejaban lugar a
dudas, la velocidad de los neutrinos era un 0.002%, esto es 60
nanosegundos (1 segundo quivalen a 1000.000.000 nanosegundos) superior a
la velocidad de la luz, el límite máximo teórico. La teoría de la
relatividad de Einstein quedaba puesta en entredicho, y con ella toda la
física de partículas.
La noticia corrió como la polvora. El temor a que él propio
Einstein se hubiera equivocado obligó al propio director del CERN
(Organización Europea para la Investigación Nuclear), Sergio Bertoluci, a
declarar que el suceso estaba siendo investigado y que se reproducirían
los experimentos de OPERA en diferentes centros de Japón y Estados
Unidos para poder así confirmar la existencia de neutrinos
superlumíncos. Bertoluci, como muchos otros, apostaba por un error
experimental, aunque este error llevaba ya cometiéndose más de tres
años, el tiempo que llevaba OPERA midiendo los neutrinos llegados desde
Ginebra, sede del CERN, a 730 kilómetros de distancia.
Las elucubraciones sobre el posible error experimental no se
hicieron tardar, no era de un don nadie de quien se estaba dudando si no
del mismísimo Einstein. Había quien afirmaba, no era la primera vez, ya
le había costado la cabeza a más de un físico, que la fisica no era más
que el resultado de unos pocos trucos de magia, brujería, y que la
existencia de los neutrinos superlumínicos no hacía más que poner en
evidencia el derroche económico realizado en la última centuria en pos
de la justificación experimental de la entelequia de un físico aleman
bigotudo y con los pelos a lo afro. Otros, más sensatos, decidieron que
era el momento de revivir viejos seres de la física de partículas y
afirmaron que la neutrinos superlumínicos eran en realidad taquiones,
partículas hipotéticas hasta la fecha que se moverían a
mayor velocidad que la velocidad de la luz en el vacío y que no podrían
ir a una velocidad menor, es decir, que llegarían al detector OPERA
antes de haber sido emitidos. Otra posibilidad que se barajó fue la de
que los neutrinos viajaran en otras dimensiones, para las que los 730
kilómetros que separa Ginebra de Gran Sasso sean menos, a las que si que
daba cabida la teoría de cuerdas.
¿Qué sucedió en realidad? Como en tantas otras ocasiones, la
explicación más sencilla era la válida. El hallazgo de los neutrinos
superlumínicos de OPERA se debió a una mala conexión realizada en un
cable de fibra óptica, el cable estaba en perfecto estado. Responsables
del CERN informaron que ese cable era el encargado de transportar la
señal esmitida por los satelites GPS hasta el relog central de OPERA,
que mide el tiempo con una precisión del nanosegundo, la milmillonésima
parte de un segundo. Este error habría hecho que el tiempo de vuelo del
neutrino, desde Ginebra a Gran Sasso, fuera más corto que el tiempo
real, es decir, que hubiera viajado más rápido.
Así que el error en un cable puso en jaque a toda la física de
partículas asentada sobre la teoría de la relatividad general de
Einstein. Afortunamente fue sólo un error y sirvió para demostrar el
espiritu crítico de la comunidad científica ya que, lejos del
sensacionalismo de la prensa, se unieron para determinar si había o no
un error en el experimento que justificara los resultados o si esos
resultados eran ciertos y Einstein estaba equivocado.
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