La noticia corrió como la polvora. El temor a que él propio Einstein se hubiera equivocado obligó al propio director del CERN (Organización Europea para la Investigación Nuclear), Sergio Bertoluci, a declarar que el suceso estaba siendo investigado y que se reproducirían los experimentos de OPERA en diferentes centros de Japón y Estados Unidos para poder así confirmar la existencia de neutrinos superlumíncos. Bertoluci, como muchos otros, apostaba por un error experimental, aunque este error llevaba ya cometiéndose más de tres años, el tiempo que llevaba OPERA midiendo los neutrinos llegados desde Ginebra, sede del CERN, a 730 kilómetros de distancia.
Las elucubraciones sobre el posible error experimental no se hicieron tardar, no era de un don nadie de quien se estaba dudando si no del mismísimo Einstein. Había quien afirmaba, no era la primera vez, ya le había costado la cabeza a más de un físico, que la fisica no era más que el resultado de unos pocos trucos de magia, brujería, y que la existencia de los neutrinos superlumínicos no hacía más que poner en evidencia el derroche económico realizado en la última centuria en pos de la justificación experimental de la entelequia de un físico aleman bigotudo y con los pelos a lo afro. Otros, más sensatos, decidieron que era el momento de revivir viejos seres de la física de partículas y afirmaron que la neutrinos superlumínicos eran en realidad taquiones, partículas hipotéticas hasta la fecha que se moverían a mayor velocidad que la velocidad de la luz en el vacío y que no podrían ir a una velocidad menor, es decir, que llegarían al detector OPERA antes de haber sido emitidos. Otra posibilidad que se barajó fue la de que los neutrinos viajaran en otras dimensiones, para las que los 730 kilómetros que separa Ginebra de Gran Sasso sean menos, a las que si que daba cabida la teoría de cuerdas.
¿Qué sucedió en realidad? Como en tantas otras ocasiones, la explicación más sencilla era la válida. El hallazgo de los neutrinos superlumínicos de OPERA se debió a una mala conexión realizada en un cable de fibra óptica, el cable estaba en perfecto estado. Responsables del CERN informaron que ese cable era el encargado de transportar la señal esmitida por los satelites GPS hasta el relog central de OPERA, que mide el tiempo con una precisión del nanosegundo, la milmillonésima parte de un segundo. Este error habría hecho que el tiempo de vuelo del neutrino, desde Ginebra a Gran Sasso, fuera más corto que el tiempo real, es decir, que hubiera viajado más rápido.
Así que el error en un cable puso en jaque a toda la física de partículas asentada sobre la teoría de la relatividad general de Einstein. Afortunamente fue sólo un error y sirvió para demostrar el espiritu crítico de la comunidad científica ya que, lejos del sensacionalismo de la prensa, se unieron para determinar si había o no un error en el experimento que justificara los resultados o si esos resultados eran ciertos y Einstein estaba equivocado.

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