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martes, 30 de abril de 2013

Un invento desafortunado


El enfrentamiento entre Edison y Tesla dio lugar a una terrible invención: la silla eléctrica
El pasado mes de enero, Robert Gleason, un asesino del estado de Virginia, se convertía  en la última víctima de la silla eléctrica, un macabro artilugio que surgió fruto de la enemistad entre dos de los más grandes inventores de su tiempo: Thomas Edison y Nikola Tesla.
Gleason, condenado por asesinato desde 2007, rechazó la inyección letal y pidió la electrocución como medio de ejecución de su pena de muerte, dando continuidad a la invención que fue desarrollada por Harold P. Brown, uno de los empleados de Edison. La infernal máquina utilizaba la corriente alterna y no la corriente continua que había desarrollado Edison y se cree que surgió como un intento de éste para desprestigiar a su gran competidor en la guerra de las corrientes, el extravagante Nikola Tesla.
La pena de muerte no era nueva. De hecho, tiene su origen en las venganzas de las tribus por la ofensa del clan contrario, antes incluso de la existencia de las ciudades estado sumerias. Las  formas de ejecución han ido variando, desde la muerte en la hoguera, la guillotina, la crucifixión, hasta métodos que son considerados menos dolorosos, tales como la inyección letal, el ahorcamiento, la decapitación o el fusilamiento, que fueron los más utilizados en el año 2011, según Amnistía Internacional.
Pero es la silla eléctrica la que ocupa uno de los lugares más terroríficos y está en el imaginario colectivo gracias al cine y la televisión, medios en los que ha sido protagonista en decenas de ocasiones. El ejecutado recibe dos descargas eléctricas con las que se dañan irremediablemente sus órganos vitales.
La silla eléctrica fue inventada alrededor del 1880, año en el que se desarrolló la llamada “Guerra de las corrientes”, que, como decíamos, consistió en una lucha por el control del mercado eléctrico entre Thomas Edison, a favor de la corriente continua (CC), y Nikola Tesla, bajo el mecenazgo de George Westinghouse, valedor de la corriente alterna (CA). La primera tenía importantes desventajas, como la que tenía que ver con el transporte a largas distancias, ya que se producían grandes pérdidas de energía en forma de calor, perdidas asociadas a las altas intensidades de corriente necesarias.
Con la corriente alterna, sin embargo, el transporte no era un problema, pues no son necesarias intensidades tan altas y se minimizan las pérdidas en la transmisión. Edison, temiendo que la población prefiriese la corriente alterna, contrató a Harold Brown, uno de sus empleados, para crear la silla eléctrica. Se organizaron “espectáculos” en los que electrocutó a perros y gatos para advertir del peligro de la corriente alterna para disuadir a los asistentes y autoridades de su uso en favor de la corriente continua, del que Edison era valedor. En respuesta a esto, Tesla, expuso su cuerpo a la corriente alterna sin sufrir ningún daño; el truco estaba en que la intensidad de corriente que recorría su cuerpo era muy baja, no tenía nada que ver con la magia o la brujería. Esto dejó a Edison sin argumentos, y a las autoridades penitenciarias con una nueva y moderna herramienta para reducir la población reclusa.
No es más que una muestra de la excentricidad de Nikola Tesla, cuya biografía ha sido recientemente narrada por Jean Echenoz en su novela Relámpagos (Anagrama, 2012). En sus páginas podemos conocer al científico de origen austrohúngaro y a su socio Westinghouse.  De este binomio llama la atención su complementariedad. Mientras Tesla mostraba un carácter extravagante y con tendencia a la ruina económica, Westinghouse tenía excelentes dotes para los negocios y era suficientemente visionario para patentar los inventos de su socio. Tesla, distraído por sus muchas excentricidades, como la admiración al número 3, la iluminación del desierto del Sáhara para que los extraterrestres pudieran comprobar que había vida inteligente en la Tierra, o el uso intensivo de 18 (múltiplo de 3) servilletas con cada comida, le impidió recordar cosas más mundanas, básicamente patentar sus propios inventos, como el primer control remoto o la radio (posteriormente atribuida a Marconi), o desarrollar algunas de sus ideas, como las que tenía sobre robótica o física atómica. Suponemos que no se puede estar en todo.


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